A CORUÑA
Bruno Díaz no se lo podía creer. Asegura que hacía cuarenta años que nadie veía una ballena azul en Galicia. Él nunca había visto una, y eso que en el 2017 ya llevaba lustros navegando por medio mundo e investigando la vida de delfines y cetáceos. Pero ahí estaba, ante sus ojos, la inmensa ballena, de unos 24 metros de largo, nadando a diez millas de la Isla de Ons, en pleno Parque Nacional de las Illas Atlánticas, entre otro grupo de rorcuales.
Bruno Díaz es doctor en filosofia y biólogo marino y lleva más de veinte años estudiando a los mamíferos marinos en Alántico, el Mediterráneo y el Golfo Pérsico. Es responsable del Instituto Bottlenose Dolphin Research, un centro de investigación dedicado desde hace quince años al estudio y conservación de la biodiversidad marina, especialmente delfines, marsopas y ballenas, y que desarrolla el proyecto de investigación Balaenatur en colaboración con la Fundación Biodiversidad del Ministerio de Transición Ecológica.
Ver una ballena azul es algo que muy pocos pueden contar. De hecho fue casi imposible durante décadas, desde que la caza indiscriminada prácticamente las pusiera al borde de la extinción. En Galicia su captura era una práctica habitual desde hace siglos en varios puertos balleneros de las zonas costeras, pero desde los años setenta prácticamente habían desaparecido.
“Estamos teniendo unas condiciones climáticas muy particulares. Generalmente las ballenas aparecen cuando el viento del nordeste arrastra mar adentro la capa superficial de agua de la costa, y permite que afloren en la plataforma las aguas profundas. Por eso cuando el nordeste sopla durante varios días seguidos, el agua de las playas está tan fría. Pero esas aguas que son una bomba de nutrientes para todas las especies”, señala. “Este año apenas ha habido viento del nordeste., pero estoy convencido de que cuando llegue, antes o después, acabaremos viendo otra ballena”, asegura Díaz.
La ballena azul es el animal más grande de la Tierra. Hay registros de ejemplares de hasta 30 metros y 170 toneladas de peso, aunque su tamaño oscila por lo general entre los 20 y los 24 metros y su peso, entre 100 y 120 toneladas. Un ejemplar adulto del tamaño pequeño pesa como dieciséis elefantes. En uno de 170 toneladas cabrían casi treinta. Pueden vivir hasta noventa años y se alimentan sobre todo de krill, un camarón diminuto del que pueden consumir varias toneladas al día.
Díaz asegura que “como gallego” se siente orgulloso de ver a los gigantes del mar pasar de nuevo frente a su tierra. “Es una buena noticia”, señala. En su opinión, aún existen muy pocos datos para evaluar si la razón para que estén volviendo a Galicia tiene que ver con la modificación de sus hábitos y hábitats a causa del cambio climático.
“Es cierto que los primeros datos que tenemos apuntan a esa tendencia, pero aún no son suficientes. Aunque yo creo que el factor fundamental ha sido la moratoria. En los años setenta, justo antes de que se prohibiera la caza de ballenas, despareció toda una generación de ballenas azules. Ahora, más de cuarenta años después, estamos viendo regresar a las descendientes de las pocas que pudieron sobrevivir”.
Durante años, Galicia desplegó una pujante industria ballenera que contribuyó a masacrar la especie, con una veintena de puertos especializados en la caza de cetáceos: San Cibrao, Bares, Burela, Foz, Caión, Caneliñas, Cangas… En 1972, la ONU recomendó a todos los países que la prohibieran. España no lo hizo hasta 1986, y en esos catorce años la industria se dedicó a cazar masiva e indiscriminadamente. Después los puertos cerraron, pero las ballenas desaparecieron durante decenios.
“Soy pesimista porque existe una elevada posibilidad de que el cambio climático esté afectando seriamente al hábitat de las ballenas azules, en dos sentidos. Primero, porque nunca pasan al sur del Ecuador, y si esa línea sube hacia el norte a causa del calentamiento del planeta, su hábitat se reduce. Es decir, que tienen menos sitio para comer. Y segundo, por la total pérdida de pastos donde habitualmente se alimentan. Se están quedando sin alimento, y lo que estamos viendo no es nada para alegrarse, sino un drama”, subraya.
Según López, entre 1986 y la actualidad hubo algunos reportes de avistamientos de ballenas azules a distancias de entre 20 y 30 millas de la costa gallega. “Son su territorio, siempre habían estado ahí. Quizá el rorcual común [el segundo animal más grande del planeta] se ha recuperado un poco, pero decir que la abllena azul también lo ha hecho no tiene sentido. Lo único en lo que se sostiene esa tesis es que hoy hay teléfonos móviles. Un avistamiento se multiplica en minutos por las redes y puede dar la impresión de que hay un mogollón de cetáceos, cuando en absoluto es así”, advierte.
El biólogo reconoce que, al igual que el argumento que sostiene que la moratoria ha permitido que la especie se recupere es sólo una hipótesis, el suyo, vinculando los avistamientos cerca de la costa al cambio climático, también lo es.
Aún no hay suficientes evidencias científicas que avalen ni el uno ni el otro, pero López ofrece algunos datos a su juicio reveladores. Los avistamientos de ballenas azules se han dado siempre en grupos con otros tipos de cetáceos, “la nación ballena“, como él la denomina, que indicaría que los ejemplares son más escasos de lo que parecerían indicar sus recientes apariciones, y que buscan refugio para alimentarse y reproducirse en manadas de otras especies. De hecho, López dice que hay constancia de “ejemplares híbridos” de ballena azul y otras ballenas.
También asegura que en el Golfo de Vizcaya se están documentando varamientos de otras ballenas que llegan a la costa “esqueléticas“. “Si fuera un sólo animal podríamos decir que estaba enfermo. Pero son muchos. Y se están muriendo de hambre”, concluye.
Al regreso de los gigantes del mar se han unido otros sucesos como las interacciones de ejemplares adolescentes de orcas con veleros y yates, y el avistamiento de tiburones peregrinos cerca de la costa. Hace no muchos años uno de casi doce metros incluso llegó a nadar en aguas de la ensenada del Orzán, en A Coruña, y otro entre la bateas de mejillones de Bueu, en Pontevedra. Hace dos se vio a otro de siete metros cerca de Sálvora, en la ría de Arousa.
Lo cierto es que el mar es su hábitat y todos esas especies siempre han estado ahí. Puede que la proliferación de avistamientos de ballenas azules sea resultado de la moratoria y fruto de una combinación de la casualidad, la proliferación de móviles y la explosión de las redes sociales, o tal vez sea que ahora son noticia y antes no lo eran, o quizá resulte que el cambio climático las está arrinconando, como a nosotros. Resolver su misterio quizá nos ayude a resolver nuestro futuro.
fuente: Publico.es